En las escenas de interiores los ambientes se vuelven más misteriosos. Habitaciones cargadas de penumbra donde imperan la soledad, las bibliotecas y colecciones, y la ausencia casi total de elementos cotidianos. Su presencia se reduce al mínimo, creando inquietud en el espectador, desconcierto. Elementos sueltos, algunos sacados de su contexto y que invitan al espectador a escudriñar toda la escena, de esquina a esquina para averiguar qué hay detrás de lo aparente, qué es en realidad lo que quiere decirnos el artista.
Sus paisajes se aproximan más a los pintados por Carlo Carra (una de las figuras destacadas de la pintura Metafísica) por el uso en ellos casi exclusivamente de elementos naturales: montañas, vegetación, agua, cielo... Por contra, en los paisajes metafísicos creados por Da Chirico prevalecían los elementos arquitectónicos y algún que otro objeto aislado ajeno completamente a la naturaleza, más bien vinculado a otro ámbito o espacio (sobre todo esculturas clásicas y maniquies).
Se trata sin duda de obras que invitan al espectador a contemplarlas con calma, con serenidad y reflexión. Los paisajes creados por el artista abruman al espectador. La grandiosidad, la infinidad del entorno representado se acrecienta más si cabe por la presencia en las escenas de figuras humanas solitarias, empequeñecidas por una naturaleza calmada y sosegada pero que desborda, envuelve a la figura. Montañas infinitas, mares eternos, praderas sin fin, un cielo interminable ... Las escenas nunca nos muestran un grupo de personas. Siempre aparece un único personaje, abrumado por la inmensidad de la naturaleza que lo rodea. Con ello se resalta más la grandiosidad de la naturaleza frente a lo ínfimo del ser humano.
El pintor parece querer estar solo en el lugar del acontecimiento, ser testigo único, pues no se narra un hecho mundano, sino primordial: la presencia de la naturaleza ante los ojos enmudecidos del pintor.
Algunos lugares en los que podemos ver obra de este artista:
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